Los cardillos silvestres comienzan a brotar en los campos españoles ofreciendo a muchos senderistas un producto barato con el que conjugar algunos platos de sus fogones.
«Los de abril para mí, los de mayo para el amo y los de junio para el burro», dice el refranero castellano sobre estas plantas.
El cardillo (Scolymus hispanicus) es una planta herbácea tradicional de los campos españoles que comienza a brotar normalmente en abril, aunque por las condiciones climatológicas se pueden ver ya en muchos terrenos. Crece de forma silvestre en sembrados, herbazales márgenes de caminos, solares, y en zonas ricas en nitrógeno.
Es oriundo del Mediterráneo y centro Europa continental hasta el mar Caspio, aunque posteriormente fue introducido en Norteamérica, Suramérica y Australia.
Este denostado producto posee una decena de denominaciones, según las zonas de la Península: cardo, tagarnina o cardo zafranero, son algunas de las más conocidas. Posee un intenso sabor que combina bien con guisos, revueltos o ensaladas.
De él se aprovecha el nervio de las hojas basales, para lo que hay que eliminar las láminas donde se encuentran las espinas. Para ello hay que “pelarlos”, sujetando la planta por la raíz y arrastrando los dedos hasta la punta, por lo que es conveniente el uso de un guante. Posteriormente, se corta el tronco y se trocea en pequeños trozos para darles una cocción de unos 30 minutos.
Todas las espinas y restos, incluido el tallo, se ha aprovechado normalmente para dar de comer a los animales, material de infusión, por sus propiedades diuréticas, así como ser un sustitutivo del azafrán (las flores).
El uso más habitual es para gastronomía; hay datos de su consumo desde el siglo XVI. En guisos se añaden al comienzo o mitad de la cocción. En revueltos o tortillas, tras ablandarlos se cuajan con el huevo y ya están listos. En los últimos tiempos se han incluido en recetas novedosas como en morcilla, salsas para pescados, arroces.
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