Sigo procesando las imágenes dantescas que han ofrecido las distintas televisiones estas últimas semanas. Profesionales descolgándose de helicópteros para salvar a personas a punto de ser engullidas por la riada, bomberos rescatando a gente atrapada en sus casas, carreteras convertidas en pantanos, puentes destruidos, héroes anónimos contando supervivencias feroces por no acabar pereciendo a manos de este fenómeno atmosférico…
Si alguno anda despistado, estoy hablando de la última DANA ocurrida en nuestro país, que se ha llevado por delante la friolera de más de 200 personas. Las imágenes son duras y dolorosas. Pero a mi modo de ver, lo peor de todo es la familiaridad con la que recojo esas impactantes muestras de horror, porque todavía conservo en la retina las mismas estampas de hace un año. ¿Qué ha ocurrido en estos 365 días, más o menos, para volver a presenciar las mismas desgracias? Me voy a tomar la licencia, si me lo permiten, de describir mis sensaciones desde mi humilde perspectiva. Somos un país de tiritas y mercromina; de puntos de sutura y vendas. Vivimos acomodados en el a posteriori, pero, además, contenemos una altivez que no atiende a consejos y recomendaciones, pues son vistos como una supremacía envidiada.
Hemos presenciado días de enfrentamientos entre las distintas bancadas del Congreso para asumir responsabilidades; reproches a una Agencia Estatal de Meteorología que yerra en las previsiones y no llegan los avisos, omitiendo, claro está, el malestar general que suponen alertas falsas, como ya ocurrió más de una vez; explicaciones de mandatarios aturdidos por la embestida y, lo más triste de todo, seguimos escuchando los lamentos de las personas que se han quedado sin nada o han perdido a algún ser cercano.
Es difícil luchar contra corrientes negacionistas que no escuchan advertencias; mirar hacia otro lado cuando te indican que tu vivienda se encuentra en una zona inundable, permanecer en tu lugar de trabajo durante la catástrofe por miedo a perderlo; ese es otro cantar que se podría abordar en miles de debates.
Nuestro país se llena la boca de tener medidas de prevención para todo y estas no deben limitarse a elaborar dosieres con los pasos a seguir, por ejemplo en caso de catástrofes, y guardarlos en el fondo de un cajón con la esperanza de no tener que utilizarlos jamás. La prevención se debe entrenar para tener asimilados todos los mecanismos que deben actuar en estas desgracias.
No tengo una bolita mágica para asegurar que en este caso hubiéramos salvado más vidas, pero no me cabe la menor duda de que la anticipación ejecutada por estos dispositivos de prevención perfectamente engrasados, hubiera posicionado a algunas de estas personas tristemente fallecidas lejos de la vulnerabilidad frente a la hecatombe.
Quiero acostarme con la esperanza de que se tomarán medidas y esto no volverá a pasar, al menos en lo referente a personas fallecidas, pero ya les comunico que hace más o menos un año me eché a dormir con el mismo optimismo.
¡Les deseo a todos unas felices fiestas y un próspero año nuevo!
Juan Díaz (Instagram: @juandiazrevilla)