Llevo poco más de dos meses de rutina cotidiana y ya necesito un descanso. Pronto se me ha olvidado la placidez del mar, el aire puro de la montaña o la familia del pueblo. Los paisajes exóticos o los viajes extremos y, ¿por qué no?, la ausencia de horario viendo pasar el tiempo desde el sillón de mi casa.
Incansables vacaciones estivales donde mi única rutina consistía en hacer que los días fueran aburridos y monótonos, sólo existían las rutinas que marcaban mi cuerpo, mis ganas y mis necesidades. ¡Bendita rutina!
La laxitud con las que me dejo caer en el verano raya la grosera parte de escanciar mi vida en los lugares que más me apetezcan, porque necesito romper el reloj, alejarme del móvil y cerrar el ordenador (metáfora de cualquier elemento relacionado con el trabajo y la rutina)
Me gusta sentarme en la hamaca en la playa y notar que pasan las horas, las olas… El sol va calentando mi piel hasta el extremo de que sólo voy al agua a refrescarme y es el único esfuerzo físico que tengo pensado hacer hoy. Olvido otras rutinas, como la del gym, el sudor del gym, el sufrimiento del gym… y respiro hondo.
La laxitud con las que me dejo caer en el verano raya la grosera parte de escanciar mi vida en los lugares que más me apetezcan
A mí alrededor el bullicio y los corrillos secuestran el silencio, luego llega el turno de los vendedores ambulantes, los manteros de las playas: “barato, barato”, “¿quieres gafas”. Se trata de un joven de raza negra que invade mi espacio enseñándome gran variedad de relojes que lleva en su mano. Le digo “no, no”, pero él se arrodilla al lado de mi hamaca y saca del bolso de rafia una manta que extiende en la arena y echa en ella camisetas, ropa interior, bolsas de pan, más relojes, gafas, pulseras, una interminable retahíla de objetos que unos y otros se acercan a tocar y a pregunta sus precios. Mientras, entona una canción en un idioma que no entiendo. Seco, tosco, pero con mucho ritmo y mucha sonrisa. “Barato”, me dice sonriendo y señalando la mercancía de la manta. Yo, aparco mi mentalidad occidental y le digo que canta muy bonito que de dónde es; de Senegal, responde, y la canción, le digo, ¿es de tu país?, Sí, y en mi idioma, en mandinka. Mientras habla, mira en todas direcciones, inquieto, en alerta. “Vivo en España diez meses… vine en patera… amigos murieron en mar…” De pronto, cerró la manta con los productos dentro y se marchó.
Yo me quedé rumiando sus últimas palabras.
Pienso en lo afortunada que soy de haber nacido aquí, en la etapa en la que nací, ni antes ni después; porque aquí hubo una guerra que nos llevó a años de muerte, años de exilio, años de hambruna y años de emigración. Aunque ahora nos parezca que no ha pasado nada en nuestro país y que nunca fuimos emigrantes.
Que suerte haber nacido en un país sin guerra, no me quiero ni imaginar qué duro pudo ser para nuestros padres y abuelos
Que duro es salir de tu país dejando atrás a tu familia y todo lo que te da entidad. No sé si el joven mantero de la playa dejó su país por una guerra, una persecución política, homófoba o religiosa, falta de recursos o cualquier otro motivo que mueve a las personas a buscar oportunidades en otros países con riesgo de perder tu propia vida en el trayecto, desconociendo el futuro que le espera. ¿Cuál será la rutina de este joven de raza negra que se busca la vida vendiendo productos en la playa encima de una manta? ¿Será la de hambre, sed y frío? ¿Sera sobrevivir, comer y cantar su canción?
cómo serán las rutinas de esas personas que sufren, ¿hambre, destrucción y muerte?
Me acuerdo de las innumerables guerras abiertas en todo el mundo, como la israelí-palestino, la ruso-ucraniana, Afganistán, guerras civiles como la de Sudán y pienso en cómo serán las rutinas de esas personas que sufren, ¿hambre, destrucción y muerte?
Hasta las rutinas son distintas dependiendo del lugar en el que hayas nacido, dependiendo de tu estatus y dependiendo de las guerras.
Una vez más, agradezco mi rutina, mi lasa y cómoda rutina, pensando que todo puede cambiar si las circunstancias se vuelven adversas.
En una guerra mueren personas y cambian vidas, cambian rutinas.
Por la Semana del Desarme de Naciones Unidas que se celebra estos días.
Yolanda R. Herranz @MyolRh