En este artículo pretendo apuntar los aspectos que me parecen más relevantes para comprender cómo se ha llegado al momento en el que estamos donde el Gobierno independentista de la Generalitat ha convocado un referéndum para votar sí o no a la independencia de Cataluña el 1 de octubre. El fenómeno es complejo, pero intentaré desmenuzarlo y aportar la que considero mejor solución. Disculpen si para ello me extiendo, aunque seguro siempre olvidaré algo imperdonable para unos u otros.
Si algo está claro cuando una parte significativa de un pueblo pide la independencia es que ha arraigado un fuerte sentimiento identitario opuesto al del Estado al que pertenecen, en este caso el español. Nos guste o no, así están las cosas, una parte importante de la ciudadanía catalana quiere independizarse de España, los independentistas dicen que son más de la mitad, los contrarios dicen que son menos, pero en todo caso, según la mayoría de las estimaciones, ni los independentistas, ni los que no lo son, cuentan con una mayoría holgada, es decir, la sociedad está divida casi por la mitad en este tema (hasta no hace mucho el independentismo era menor).
Ello supone un gran problema para los propios catalanes que tienen una gran fractura en su sociedad de difícil solución. Generalizando, los independentistas no quieren formar parte del Estado español al que consideran ajeno a su auténtica identidad y “opresor”, y los no independentistas se sienten tan españoles como catalanes (no pueden desgajar una identidad de la otra) y creen que los otros se victimizan, al tiempo que parte de éstos les “presionan” o “acosan”. Mientras que para los primeros la independencia supondrá aumentar su autonomía y progreso, pues consideran al Estado español una rémora para su libertad y su economía (pagan a la hacienda pública más de lo que reciben), y para transmitir ese “desajuste” no han escatimado en eslóganes ofensivos como el de “España nos roba”, para los contrarios, la independencia supondrá aislamiento y empobrecimiento, pues no olvidan que la independencia conllevará su salida del marco político y económico de la UE, y tienen presente que la mayor parte de sus productos se venden en territorio español y si se independizan se venderán mucho menos (por los sobrecostes arancelarios y el desafecto de los consumidores).
Por otro lado, el independentismo catalán es también un problema mayúsculo para el Estado español (y su Gobierno) que como todo Estado no quiere renunciar a parte de su territorio y de su ciudadanía, y un problema para la mayoría de los españoles que no entienden ni comparten ese desafecto. Tampoco se comprende que muchos catalanes estén tan preocupados por el déficit de su balanza fiscal, que es la consecuencia lógica de la configuración de un estado de las autonomías que tiene como pilar fundamental la solidaridad territorial, donde quien más tiene más aporta, como ocurre en otros países demócratas, incluso federales. A ello podemos añadir que hay comunidades que tienen mayor déficit fiscal como Madrid (en 2013 doblaba al de Cataluña) o Baleares y no por ello reclaman la secesión. No obvio que suele haber una guerra de cifras entre el Gobierno catalán y el central en la estimación de ese déficit, pero las discusiones sobre los parámetros elegidos en el cálculo de la balanza fiscal se suelen dar en cualquier comunidad autónoma.
Además, no puedo dejar de mencionar que en el lado de los contrarios al referéndum hay muchos políticos y ciudadanos, sobre todo en la derecha y centro ideológico, que juzgan el problema desde el “nacionalismo españolista”, ese nacionalismo centralista y conservador que han heredado del nacionalcatolicismo franquista, que se opone a cualquier otro “nacionalismo” periférico desde una enfoque supremacista “castellano” (primacía de lo “castellano” e identificación con “lo español” por antonomasia) y que siempre ha manifestado un exceso de temor por la supuesta ruptura de España. Normalmente este tipo de personas no son conscientes de que ejercen también un “nacionalismo excluyente” que impide el diálogo ecuánime sobre el problema, y que les impide ver que la mayoría de los españoles que no somos “españolistas” también queremos lo mejor para España.
Dicho lo anterior, es evidente que el problema es complejo y las miradas pueden ser muy diversas, e incluso distorsionantes, y tienen sus raíces en el pasado. Por resumir mucho, recordaré que Cataluña estaba bajo el mandato de la “corona española” con Carlos I como parte del reino de Aragón, pues se trataba de lo que se llama una “monarquía compuesta”. Desde entonces hasta la actualidad su relación con el “Estado” no ha estado exenta de confrontaciones. Las desavenencias eran las típicas que sufrían las monarquías europeas en su empeño por centralizar el poder y uniformizar la ley y la recogida de impuestos en sus territorios, intentando neutralizar o minimizar fueros históricos y privilegios. Quizá la primera confrontación importante y emblemática fue la Revuelta de “Els segadors” en 1640, que fue la respuesta violenta que dieron los campesinos a las consecuencias de la implantación de la “unión de Armas” en Cataluña, sistema que instauró Felipe IV como forma de conseguir de los reinos, principados… sobre los que reinaba más impuestos y soldados para financiar sus guerras, que solían asumir los castellanos. Las cortes catalanas rechazaron esta política que les mermaba en hombres y economía y que venía centralizada desde Castilla. Además con motivo de la guerra entre Felipe IV y Luis XIII de Francia los soldados de la citada “unión” se situaron en las provincias catalanas para avanzar hacia el frente y fueron esquilmando y violentando a muchos campesinos, lo que alentó la citada revuelta de Els Segadors que se dirigió contra el Ejército y los funcionarios reales en un primer momento, pero que luego derivó en enfrentamientos con la élite catalana que terminó buscando amparo en Luis XIII, integrando Cataluña en el reino francés y colaborando en la guerra contra el Rey español (finalmente, tras el Tratado de los Pirineos en 1659, las provincias catalanas al sur de los pirineos volvieron a ser parte del reino español). El himno catalán de Els Segadors hace alusión a esa revuelta que se produjo el día del Corpus (“Corpus de Sangre”) y es un canto a la emancipación. Pero el golpe definitivo a Cataluña fue cuando Felipe V, el rey Borbón que ganó la “Guerra de Sucesión” para reinar en España tras la muerte de Carlos II, redujo por las armas a los catalanes, que eran austracistas (preferían un Rey de los Austrías), y abolió las instituciones catalanas.
A pesar de la trayectoria histórica del soberanismo catalán, este no ha sido nunca mayoritariamente independentista, y es solo en los últimos tiempos cuando se está exacerbando. Las causas son varias:
Por un lado, desde la transición se ha posibilitado un ambiguo proceso de reafirmación identitaria que ha propiciado un mal uso de las competencias en educación y cultura, por el que se ha permitido que desde las instituciones autonómicas se reivindique lo singular y se “reinvente” (=etnogénesis) de una forma que en su versión más ofensiva ha desembocado en un chauvinismo catalán que devalúa lo “español” y premia la definición de lo propio por oposición a ello. El pujolismo de CyU, que ha gobernado gran parte de la historia contemporánea de Cataluña, ha sido el mayor responsable del desarrollo de esta suerte de “catalanismo excluyente” que se ha desarrollado con la connivencia de los sucesivos gobiernos centrales del PSOE y PP, quienes se han convertido en cautivos de CyU al buscar su alianza para gobernar cuando no contaban con mayoría absoluta.
Pero hay más ejemplos de utilización partidista. Especialmente grave es que la derecha catalanista responsabilice de la depauperación de su sociedad a los sucesivos gobiernos españoles cuando lleva décadas gobernando con una política neoliberal incapaz de abordar las consecuencias de la crisis (como explica Vicenç Navarro), y muchos de sus altos mandatarios han estado “robando” dinero de sus arcas públicas o cobrando comisiones o similares a los empresarios a los que otorgan contratos (especialmente en la construcción). Los políticos catalanistas de diverso signo son también los que han propiciado el peor victimismo: todo lo malo que les pasa viene de “Madrid”, ya se sabe que buscar un chivo expiatorio siempre funciona para focalizar descontentos populares y más en época de crisis. Pero además, recientemente, el Gobierno catalán ha propiciado la politización independentista de dos manifestaciones fundamentales, la que hubo contra el terrorismo yihadista a raíz del doloroso atentado de Barcelona, y la de la última Diada. Lo cual es grave, y además supone ignorar a los miles de catalanes que no buscan la independencia, ni consideran que sea su mayor preocupación. Aunque muchos de ellos si quieran ser consultados para ejercer su derecho a decidir.
Tampoco deja de ser grave la falta de sensibilidad y de amplitud de miras que ha tenido el aparato del PP con el asunto catalán, y más concretamente con la redacción última del Estatuto catalán que les llevó a recurrirlo ante el Tribunal Constitucional (recurso que ganaron), lo que desembocó en una clamorosa manifestación-protesta soberanista catalana en julio de 2010 que dio alas al independentismo, y por ello ahora está más crecidito. Se recurrieron muchos artículos, pero el quid de la cuestión era que, en el texto que votaron en referéndum los catalanes, Cataluña era considerada una “nación” y sus himnos y símbolos calificados de “nacionales”, lo que los “españolistas” veían inasumible temiendo que sirviera a la causa secesionista. La paradoja es que el rechazo de unos estatutos que ni siquiera ocuparon la atención de la mitad de la ciudadanía catalana votante (solo hubo un 48% de participación en el referéndum) se convirtió de repente en la espina clavada de la autoestima identitaria de los catalanes y en la causa perdida perfecta para que los secesionistas aumentaran su victimismo. Al tiempo, esta sentencia del TC suponía un varapalo a los gobiernos socialistas nacional y autonómico que habían respaldado el texto.
Antes de continuar quiero dejar claros ciertos conceptos cuya confusión lleva a cometer errores, sobre todo a los españolistas, que pueden desembocar en lo que se pretende evitar por gran parte del pueblo español y catalán: la independencia de Cataluña o una confrontación muy grave. El concepto nación en el sentido amplío del término hace alusión “al conjunto de personas de un mismo origen y que generalmente hablan un mismo idioma” (RAE), pero también a veces equivale a “Estado”. Los españolistas solo contemplan esa acepción, y no quieren ver que en el sentido cultural del término España es un país “plurinacional”. El nacionalismo catalán es soberanista, pero no necesariamente independentista, mayoritariamente nunca lo ha sido, lo que busca es desarrollar todo lo posible su autonomía. En el tema del referéndum los soberanistas reclaman el derecho a la consulta y el reconocimiento de su derecho a decidir, y muchos de ellos no son independentistas. Aunque los independentistas, con sus medias verdades, suelen hacer trampas como la de considerar independentistas a todos los soberanistas.
En segundo lugar conviene dejar claro que un referéndum es una herramienta política democrática legítima y a veces necesaria. Cualquier estado democrático ha de tener la capacidad de encajar jurídicamente en su constitución cualquier referéndum, y si no la tuviera puede votar su reforma.
En tercer lugar, conviene saber que la autodeterminación es un derecho inalienable que tiene cualquier pueblo reconocido en el Derecho Internacional Público, sea o no una colonia (aunque lo normal es que se demande por parte de pueblos colonizados, que son a los que atiende la ONU).
Ahora bien, si bien es cierto que el Gobierno central del PP no ha mostrando cintura para abordar este problema y al final ha preferido enrocarse en su judicialización para intimidar y perseguir a los políticos o empresarios que están colaborando en la puesta en marcha del referéndum (citación como imputados a los alcaldes que facilitarían el referéndum, registros de imprentas y confiscación de material electoral…), y se ha reservado el derecho a ejecutar al art. 155 de la Constitución que permite destituir al Gobierno catalán de forma forzosa, también es verdad que la forma en que el Gobierno de la Generalitat plantea el referéndum y su posible consecuencia, la secesión, si sale mayoría independentista, no solo no es constitucional si no que no cuenta con las mínimas garantías democráticas, como han firmado estos días en un manifiesto casi un millar de personalidades relevantes de nuestra cultura que se definen de izquierdas y muchos de ellos catalanes. Citan 5 razones para no participar en el referéndum: 1. No es convocatoria transparente. 2. No establece un mínimo de participación. 3. Se ha marginado a las fuerzas políticas de la oposición. 4. Se han aprobado de forma exprés leyes tan transcendentales como la ley de referéndum y las leyes de desconexión. 5. El 1-O es una convocatoria unilateral del Govern que solo estás apoyado por el 36% del censo electoral.
A ello hemos de añadir que los gobernantes independentistas están probablemente prevaricando, es decir, imponiendo leyes (como la “ley del referéndum”) a sabiendas de que no son conformes al ordenamiento jurídico al que se deben, están malversando fondos públicos para apoyar su causa… Tampoco hay que ignorar que gran parte de los medios de comunicación catalanes están “comprados” por estos gobernantes (es decir, tienen especial sustento en sus encargos institucionales), y que algunos de éstos ejercen presión sobre distintos profesionales que desarrollan su labor en su ámbito institucional (como los directores de centros escolares donde se podría hacer la consulta). Así mismo, no hay que ignorar que ante la vehemencia y presión social de muchos independentistas otros ciudadanos y profesionales que no lo son están sufriendo un tipo u otro de acoso moral que en algunos casos llega a repercutir en sus familias, trabajos, etc.
A día de hoy este tipo de acoso no está siendo suficiente visibilizado y sí lo está siendo la judicialización del problema, con registros y citaciones judiciales ordenadas por la Fiscalía General del Estado, lo que está contribuyendo a una mayor victimización de los independentistas e incluso de los soberanistas no independentistas que consideran poco democrático que se prohíba un referéndum en el que quede reflejado su derecho a decidir. Y este descontento está cuajando en una serie de movilizaciones ciudadanas que desestabilizan la paz social en Cataluña y se están convirtiendo en el amparo perfecto para actuaciones violentas de ciertos manifestantes.
Tal como se están desarrollando las cosas no cabe duda de que el Gobierno debía replantearse si no sería mejor establecer una hoja de ruta para posibilitar más pronto que tarde dicho referéndum, encajándolo como se pueda en la Constitución, para impedir que los gobernantes independentistas terminen siendo considerando “mártires” a causa de la persecución legal que les acarrea la judicialización que se ha instaurado, cosa que por otro lado permite el estado de derecho. Porque en la política no solo cuenta lo legal, sobre todo cuenta lo legítimo en el sentido amplio del término, ya se sabe que un derecho cuánto más se prohíbe más se anhela, y más en cuestiones de identidad que son un terreno donde prenden las emociones de una forma muy visceral y se puede llegar a la violencia, como ya se está viendo. Nos guste o no, el derecho a la autodeterminación es un derecho legítimo e inalienable de cualquier pueblo, así está recogido en el Derecho Internacional, y el referéndum es el mejor instrumento para dar respuesta a los independentistas sobre la legitimidad o no de su reivindicación. Canadá ha sido un ejemplo a la hora de plantearlo para Quebec, donde ya se han realizado dos referéndums, que han impedido que se llevara a cabo una independencia que no estaba siendo suficientemente respaldada por la ciudadanía. Hoy en día la reivindicación independentista está en claro retroceso porque se han puesto condiciones que intentan garantizar la máxima justicia para todas las partes.
Sobre ese posible referéndum, y atendiendo a esta justica de las partes, no quiero terminar este artículo, sin hacer reflexionar a los que dicen que si se hace referéndum ha de ser nacional. Salvando las distancias, cualquier Estado es como una comunidad de vecinos en la que perder parte del territorio y de los vecinos supone para los que se quedan perder parte de su comunidad de bienes… y por tanto podemos comprender a aquellos que dicen que, en caso de realizarse el referéndum, deben ser consultados todos los españoles con derecho a voto. Pero veamos que esta propuesta no es la más adecuada. Imaginemos que se hace así y las urnas muestran una mayoría holgada de catalanes que quieren la independencia y una mayoría del resto de españoles que no la quiere. ¿Qué derecho tiene el resto de los españoles a obligar a una mayoría de catalanes a permanecer en una patria que no quieren? ¿Sería legítimo obligarles a sentirse de una patria que no sienten como propia? Mal comparado, es como si en un matrimonio donde un cónyuge quiere el divorcio éste no pudiera optar a ello porque el otro no desea la disolución de su vida en común y se considerara que para éste no fuera perjudicado el que quiere ser libre debe sacrificar su autonomía y sentimientos.
Igualmente atendiendo a esa justicia de las partes y al auténtico sentido democrático, como parte previa al referéndum se debe reflexionar sobre el porcentaje de votantes independentistas que sería pertinente para empezar la desconexión, si hubiera mayoría independentista, y otro montón de cuestiones como las que se han planteado seriamente los canadienses.
Así pues, no juguemos con los sentimientos patrios de unos u otros que, por mucho que sean en muchos casos consecuencia de mitos fundacionales que no se sostienen, y/o reflejo de la manipulación de ciertas élites que con frecuencia tienen intereses espurios disimulados, son parte fundamental de la forma en que la mayoría de las personas construyen su identidad, y si algo suele generar el máximo malestar al ser humano es ver cuestionada la identidad que se ha construido (Guío: Ideologías Excluyentes). Estamos a tiempo de evitar “el choque de trenes”.
Yolanda Guío @Guiocerezo
(Educadora y antropóloga)
Excelente artículo desenmarañando a unas y otras fuerzas, ambas nacionalistas, una españolista otra catalanista que se enfrentan como trenes sobre una sola vía.
Un gusto leer a Guió Cerezo y su estilosa escritura detallista y bien articulada. Animo a seguir en la línea de crítica constructiva en la que también se involucra como ciudadana libre pensadora y democrática. La Frase final un placer para la mente. Gracias.