Cómo contar esto sin parecer un sujeto desarraigado de victorias y auges patriotas. Cómo alzar la voz sin llegar a parecer un tanto populista en mis apreciaciones. Lo voy a intentar, no queda más remedio.
Acaba de comenzar ese periodo de tiempo ansiado por todos nosotros, ¡benditas vacaciones! Deseadas para algunos y temidas para otros. Por lo tanto, es un buen momento para charlar de un sector que se ha convertido en el principal motor de nuestra economía, pero no deja de tener controversia las formas de su desarrollo, que lo llevan a convertirse en un depredador sin escrúpulos. Me estoy refiriendo, si alguno no lo ha adivinado todavía, al turismo.
España se ha consolidado como uno de los principales destinos turísticos del mundo. Cada año, la cifra de visitantes que pernoctan en nuestro país no para de crecer. El sector representa más del 12% de nuestro PIB y llega a generar más de 2,5 millones de puestos de trabajo. Ante estos datos tan demoledores, nadie debería alzar la voz, pero la realidad de estos datos encierra una problemática difícil de atajar si los criterios solo se basan en números que incrementen las arcas.
El sector representa más del 12% de nuestro PIB y llega a generar más de 2,5 millones de puestos de trabajo.
Nuestro país sufre un turismo masificado desde hace algún tiempo y una de las principales consecuencias de ello es la alteración de la vida cotidiana de los residentes de las zonas más visitadas. El incremento de la vida en estos sitios, especialmente en el mercado inmobiliario por la proliferación de viviendas de uso turístico, ha reducido la disponibilidad de vivienda para residentes.
En cuanto a efectos medioambientales, también son notables. Regiones costeras con llegada masiva de turistas provocan un uso excesivo de recursos naturales, en particular agua y energía. La generación de residuos y la presión sobre espacios protegidos deterioran ecosistemas frágiles. La experiencia de los propios visitantes se ve también afectada por las interminables colas, la saturación de monumentos y el exceso de tráfico y ruido que resta valor atractivo a los destinos.
Todos estos datos y apreciaciones, sin duda contrastados en informaciones y opiniones de los expertos, se empequeñecen ante un movimiento propinado por este efecto llamada tan desmesurado.
Adquirir una estancia vacacional se ha convertido en un ejercicio de supervivencia para no destruir la economía familiar
Llega el verano y las zonas costeras se transforman en boutiques de lujo, donde adquirir una estancia vacacional se ha convertido en un ejercicio de supervivencia para no destruir la economía familiar. Miles de familias ven reducidos sus días de vacaciones por no poder pagar un alojamiento que años atrás hacían sin ningún esfuerzo, sin mencionar a los que renuncian por una visita al pueblo y los que, desgraciadamente, se quedan en su lugar de residencia. Los chiringuitos de antaño ahora les dan un lavado de cara y les llaman Beach club para poder cobrarte sin impunidad hasta 4 euros por una caña. Las hamacas y las sombrillas se convierten en artículos de lujo; comer y cenar en el restaurante, ni lo planteamos…
Una de las principales consecuencias de ello es la alteración de la vida cotidiana de los residentes de las zonas más visitadas
Alguno dirá, con muy buen criterio, que para esto se ahorra en el invierno, pero la triste realidad es otra: la imposibilidad de guardar una parte de los emolumentos para ese fin por acabar el mes casi a cero. El éxito siempre saldrá en los noticiarios de todos los diarios y televisiones, pero nunca oiremos y veremos los regueros de gente sacrificada por este auge.
Dándole un sentido etológico a este artículo, ese turismo antes mencionado se convierte en esos animales que no dudan en practicar el canibalismo filial con sus crías enfermas o débiles, invirtiendo esos nutrientes en crías más fuertes y con más posibilidades de sobrevivir y reproducirse.
Además de largarles esta perorata, les deseo a todos unas felices vacaciones.