Hoy he continuado con una de las costumbres que había en mi casa en estas fechas, 22 de diciembre, la de poner el árbol, las luces y el belén al son del canturreo, a partir de las 8 de la mañana, de los números de la lotería por los niños del colegio San Ildefonso (entonces eran sólo chicos) y se contaban los premios en pesetas.
Recuerdo el entusiasmo con el que, ese día, mi madre empezaba a sacar las cajas del armario del trastero, las cuales había clasificado y recogido de las fiestas del año anterior, rotuladas con los adornos que contenía en su interior: espumillón, bolas, árbol, nacimiento, figuritas, corona de la puerta, luces del balcón, ángeles, y un sinfín de especificaciones en el folio exterior de la caja.
Había una que me hacía especial ilusión verla abrir. La que ponía “Feliz Año Nuevo, el próximo año volveré a sacar las cosas de tu interior para que las inundes con la mágica luz de la Navidad”.
Una vez terminada la colocación de los adornos navideños, abría esa caja y le dedicaba el tiempo íntegro. El tiempo de vida, decía. Un año tras otro, mi madre hacía una pausa en esa caja, acariciaba el mensaje y procedía a abrirla con más cariño que al resto de las otras cajas. Y le agradecía poder estar, de nuevo, frente a ella.
El tiempo de vida, decía (…) Y le agradecía estar, de nuevo, frente a ella».
Era la última que abría y, en su interior, había notas o fotografías de familiares que ya no estaban (que se fueron el año anterior a comenzar las fiestas); a veces, había una botella de vino o la factura de un restaurante. Había billetes de tren, o la matrícula de la universidad de alguno de mis hermanos, o la mía. Etiquetas, hojas de plantas, recortes de periódicos. Alguna ropa antigua. La toquilla de mi abuela. Sólo mi madre sabía el significado de cada una de esas cosas que metía en la ‘Caja del Año’, como ella la llamaba. Luego, dependiendo de lo que hubiera dentro de la caja, lo olía, lo guardaba, lo quemaba…
Alguna vez, esa caja estaba vacía. Que yo recuerde sólo fueron en cinco ocasiones. La última, cuando falleció mi padre.
Era tan emotivo verla vaciar la caja, notar como cada cosa que sacaba le provocaba ternura, alegría o tristeza. Acariciaba cada objeto como si se tratara de algo muy valioso. Y si ese año, la caja estaba vacía, la emoción inundaba sus ojos de llanto que secaba con el delantal o lo primero que tuviera en la mano. Luego sonreía.
Por los demás, mi madre disfrutaba mucho de la Navidad. Le encantaba las luces, la alegría de los reencuentros con la familia y, sobre todo, le encantaba tocar el pandero al son de los innumerables villancicos que sonaban en estas fechas, adaptándolos a las anécdotas familiares. Todos cantábamos, nos respondíamos a las letras de los villancicos y nos reíamos. También recuerdo a mi abuela rascando la botella de Anís del Mono con el rabo de una cuchara, acompañando los cantares.
Todo parecía perfecto en Navidad al lado de mis padres, de mi familia.
Mi madre, disfrutaba haciendo la cena de Nochebuena y de la de Nochevieja; mi padre hacía la mayonesa a mano para la ensaladilla rusa, mientras mi madre rellenaba la aleta de ternera para meterla en el horno. Reía y preparaba los aperitivos. Los platos de jamón y de lomo se llenaban de amor, mientras los llevaba a la mesa. Los langostinos jugaban en el plato a ver quién tenía los bigotes más largos y la lombarda perdía su color al contacto con el agua caliente y la sal, y lo retomaba cuando la rehogaba con ajos y aceite y la aliñaba con el vinagre.
Todo parecía perfecto en Navidad al lado de mis padres, de mi familia. Había turrones de Lacasa y mazapán de Sonseca, que sólo se conseguían bien entrado noviembre y hasta pasado los Reyes. Las uvas, el Roscón… todo con esmero y cuidado, dando el valor que tienen las cosas que perecen. Las viandas de temporada que sólo se pueden disfrutar unas pocas fechas al año. Había licores y vino. Me acuerdo sobre todo del vino de la familia, Diamante. Había sidra. Las palomitas que hacía mi abuela con anís y agua para los más pequeños. Y, sobre todo, estaba la sonrisa de mi madre.
Ahora me toca reunir a la familia y hacer algo parecido a lo que hacía mi madre, ser feliz con lo que nos va tocando vivir, ahora lo comprendo.
Hubo unas primeras Navidades que mi madre no las pudo disfrutar y no pudo abrir esa caja, fue cuando decidió quedarse al otro lado del universo conocido.
Ahora me toca reunir a la familia y hacer algo parecido a lo que hacía mi madre, ser feliz con lo que nos va tocando vivir, ahora lo comprendo. A veces, resulta difícil.
Hoy seguimos brindando con Diamante para hacer un guiño a mis padres, para que nos acompañen siempre desde ese lugar llamado recuerdo.
Mis mejores deseos de paz y amor para estas entrañables fiestas de Navidad, en este mundo convulso en el que nos ha tocado vivir. ¡Feliz Año Nuevo, con el deseo de que también tengáis vuestra ‘Caja del Año’, como resumen de lo vivido’.
Y que hayáis sido buenos para que los Reyes Magos sepan a qué puerta deben llamar si necesitan de vuestra ayuda y, a cambio, os traigan regalos más allá de lo material.
Navidades 2024-2025
Yolanda R. Herranz @MyolRh