Hoy me estreno como columnista de opinión en Villaviciosadigital. Iba a escribir: «el bolígrafo tiembla de nerviosismo», pero dónde habrá quedado esa industria de confeccionar los escritos a mano. Si acaso, debiera poner: «mis dedos se equivocan de letra del teclado». Gracias por la oportunidad y espero no defraudar a nadie.
Voy a comenzar mi andanza con los principales temas que me han traído hasta este rincón: los libros y la literatura. Quería titular esta intervención como el famoso libro del escritor estadounidense John Steinbeck: ‘De ratones y hombres’, sin embargo, he optado por uno más impactante para intentar atraer a algún despistado.
Soy una persona respetuosa. Entiendo y acato las exigencias de esta vida frenética. Al progreso lo atiendo como si fuera uno de sus alumnos aventajados, a pesar de considerarme un romántico y echar de menos tiempos pasados.
Una de las cosas logradas por los avances, sumada a una pandemia diabólica, ha sido dotar de un poder colosal a un pequeño artefacto adosado, por medio de un cable, a un ordenador. Señor ratón, funcionando a pleno rendimiento, puede desencadenar una de las cosas más atroces que verían mis ojos en su dilatada existencia: la extinción de las librerías. Suena descabellado, lo sé, pero ese desastroso final, que yo auguro muy lejano, puede estar más cerca de lo que creemos.
Los nuevos modelos de ventas traídos por las plataformas emergentes y la ayuda inestimable de una pandemia inevitable han terminado por imponer su supremacía a base de unas premisas adictivas para el consumidor: rapidez, catálogo infinito y entrega en la puerta de casa. Yo mismo he participado en este “genocidio” cuando nos encontrábamos recluidos. He comprobado con mis dedos y mis ojos la frialdad que supone comprar una novela por Internet: cliquear páginas y páginas llenas de portadas sin decantarte por alguna. Ante este ejército equipado con armamento sofisticado, hay un reducto que lo resiste de manera numantina con ondas y tirachinas; me estoy refiriendo a esos pequeños comercios de cercanía llamados librerías.
Abrir una de esas puertas e impregnarte del olor a lignina, recorrer sus estanterías mientras tocas los ejemplares y los ojeas, pedir consejo al librero, esa persona encorajinada en mantener el negocio a flote, casi siempre por sentimientos pasionales antepuestos a la ganancia holgada, y descubrir escritores nuevos gracias a su conocimiento extremo de la materia, no hay algoritmo que pueda sustituirlo.
Las librerías son espacios lastimados que no han emitido nunca una queja y siguen siendo puntos de encuentro para el entusiasmo y la fascinación para muchos
Para dar más valor a estos héroes sin capas pongamos una serie de datos para ilustrarnos: de cada libro que vende, un librero se lleva, más o menos, el 30%. Los que devuelve, en un plazo negociado con el distribuidor, no tiene que pagarlos, pero los que se queda sí. Por cada libro que no sale de sus estantes o del almacén pierde entonces el 70% de su precio. En este tablero entran en juego otros participantes como son editores y distribuidores, pero no voy a profundizar en los entresijos de transacciones y permutas, porque seguramente me falte rigor informativo y porque, además, estas líneas vienen rociadas de sensaciones y no de indagaciones financieras.
Las librerías son espacios lastimados que no han emitido nunca una queja y siguen siendo puntos de encuentro para el entusiasmo y la fascinación para muchos. Cada golpe de ratón que acepta la compra de un libro, se convierte en un trozo de meteorito que estalla en los escaparates de estos establecimientos y me lleva a asemejar a las librerías con los dinosaurios que habitaron hace millones de años la Tierra. Puede que suene a mera utopía, pero igual en un futuro alguien tuerza el gesto por desconocimiento cuando le hablen de unos sitios donde se vendían libros.
Para no caer en ello debemos hacer hincapié en fomentar un hábito de lectura, y todo pasa por inculcar a nuestros pequeños las bondades de abrir un libro. Sé que es una tarea ardua y casi estéril, pues los elementos de distracción, a la vista más atractivos, son inmensos; bueno, no perdemos nada en intentarlo.
Y a ustedes les propongo un reto, dejar al menos un día de visualizar quién se llevará el gato al agua en el prime time televisivo y retomar la lectura de ese libro aparcado; ábranlo, quiten el marcapáginas y no vuelvan a ponerlo hasta que se vayan a dormir. Igual, la experiencia es tan gratificante que prueban otro día más.
Y, por favor, no se atrincheren en el sofá, ni recurran a Señor ratón; acérquense dando un paseo hasta una librería, y compren su ejemplar. Sin darse cuenta, estarán contribuyendo a favorecer la longevidad de unos espacios imprescindibles y, además, estoy casi seguro de que ejercitarán esas rutinas despistadas como son las relaciones interpersonales.
Juan Díaz (Instagram: @juandiazrevilla)