Casarse ha dejado de ser una obligación y ahora se considera un lujo del que se puede o se debe prescindir, cuando hay gastos más acuciantes para la pareja. Está bien que no se vaya al matrimonio por obligación, por presión social, porque es más estético o porque me gusta más. Pero decidir no casarse e iniciar el camino de la vida en pareja sin contar con Dios es un gran error para los católicos.
El matrimonio para Jesucristo es «lo que Dios ha unido». El matrimonio es un sacramento para los bautizados. Dios actúa y se hace presente en la unión matrimonial. Se piensa que en el matrimonio lo único importante es el amor: nos queremos y basta. En realidad, es más complejo. Hay que haber vivido un tiempo de noviazgo, conocer bien a la otra parte, sus virtudes y defectos, ser conscientes de la propia fragilidad y poner la confianza en el Señor.
Hay que conocer bien a la otra parte, sus virtudes y defectos, ser conscientes de la propia fragilidad y poner la confianza en el Señor.
Hoy nos lamentamos de la debilidad del vínculo conyugal, es decir, del número tan elevado de rupturas en las parejas. Algunos afirman que es imposible un amor exclusivo y para siempre. Se dice que no se puede amar eternamente. Es verdad, para las personas dejadas a sus solas fuerzas es muy difícil. Hay que experimentar el amor de Dios, sentirse amado por Dios y recibir al cónyuge como el mejor regalo de Dios. Hombre y mujer los creó Dios. Y Dios da al hombre y a la mujer una ayuda adecuada para alcanzar la felicidad.
Casarse por la Iglesia no es un lujo, no es una ceremonia con banquete y barra libre. Es una necesidad descubrir la belleza del amor humano y recibir el sacramento y la bendición nupcial.
Javier Romera (párroco de Villaviciosa de Odón y columnista de ‘El Bolardo’)