No cabe duda que en los últimos años estamos asistiendo a uno de los momentos más importantes de nuestra historia, no sólo ya para nuestra política, sino que aún más importante para que los ciudadanos decidamos cuál será nuestro modelo social y productivo en el futuro.
Desde el estallido de la crisis mundial financiera y de nuestra burbuja inmobiliaria nacional, ha quedado de manifiesto que las viejas fórmulas no sirven en un mundo globalizado donde la competencia cada vez es más implacable y donde la presión de los países emergentes y las nuevas tecnologías hacen difícil la supervivencia proveyendo servicios con escaso valor añadido.
Ocho años después, aún tenemos muchos retos que superar. La hiperregulación, la elefantiasis de nuestras estructuras públicas y la falta de seguridad jurídica siguen siendo nuestros mayores obstáculos que, lejos de haber sido abordados con valentía, parece que han salido del debate social como consecuencia de una interminable campaña electoral que ya dura años, y en la que pocos se atreven a poner el cascabel al gato.
Frente a la inacción, la falta de valentía y la deshonestidad, este es el momento en el que la ciudadanía debe reaccionar de forma determinante y decir no a dar otra patada hacia adelante
Un claro ejemplo de las consecuencias de mirar hacia otro lado ha sido el incremento absolutamente desmedido de nuestra deuda pública, y que continúa imparable, pese a que nuestro Gobierno, ahora en funciones, haga ver que ya ha pasado lo peor. Lo cierto es, que desde el aspecto puramente macroeconómico no sólo no ha mejorado la situación, sino que ha empeorado drásticamente en el último lustro alcanzando nuestro nivel de endeudamiento “oficial” el 100% de nuestro producto interior bruto. Si a este hecho añadimos el descenso preocupante de la inversión extranjera en nuestro país, acentuado por el nuevo marco de inseguridad política y el aparente resurgimiento de corrientes políticas más propias de otro siglo a golpe de “trending topic“, podemos afirmar fehacientemente que no sólo no estamos mejor que hace cuatro años, ni ocho, sino que estamos bastante peor, y que el futuro no es demasiado halagüeño si seguimos por la misma línea.
Frente a la inacción, la falta de valentía y la deshonestidad, este es el momento en el que la ciudadanía debe reaccionar de forma determinante y decir no a dar otra patada hacia adelante, no a trasladar el problema a nuestros hijos y no a esconder la cabeza bajo la almohada como si de esa forma fuéramos inmunes a todo lo que ocurre a nuestro alrededor.
Debemos exigir que el Estado sea un catalizador de la iniciativa individual y no un freno; exigir que la comunidad educativa y en especial las universidades sean potenciadores de crecimiento e innovación y no pesebres donde acomodar el inmovilismo; exigir que el Estado fomente que las relaciones entre las empresas y los ciudadanos sean honestas y libres y, por encima de todo, exigir al Estado la altura de miras necesaria para realizar la verdadera transformación que necesita la sociedad española.
Es de ésta y no de otra forma como conseguiremos avanzar y dejar un legado del que sentirnos orgullosos a futuras generaciones.
José David Aguilera
(Afiliado C’s Villaviciosa de Odón)