«El macabro juego de la ballena azul»

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La ballena azul es un juego virtual que se desarrolla en las redes sociales, una especie de juego de rol, donde el participante debe superar 50 retos, siendo el último el suicidio.

Los adolescentes reciben mensajes en sus teléfonos o en sus perfiles de Facebook. Al futuro participante, una vez que se ha inscripto se le asigna un “curador” que le va a ir proponiendo distintos retos que deberá superar en los siguientes 50 días. Demostrará que los va resolviendo, grabándose en vídeo o haciéndose una fotografía una vez superado cada reto.

Las tareas a realizar van desde pruebas inofensivas, hasta otras que incluyen cortes, autolesiones, visionado de películas de terror, pruebas de riesgo como subirse a un tejado, un puente, etc. Además de otras pruebas secretas que son adjudicadas en función del perfil del participante.

El perfil al cual va dirigido el juego comprende edades entre 12 y 16 años aproximadamente.

El origen del juego es confuso, aunque se cree que ha sido un joven ruso de 21 años, Philipp Budeikin, su creador. Se encuentra detenido a la espera de un juicio este próximo verano. Se le acusa de provocar e inducir al suicidio al menos a 15 adolescentes rusos. Fue denunciado por un joven que participaba en el juego, pero lo abandonó antes de suicidarse.

Budeikin reconoció que los seguidores de su juego habían obtenido lo que “no tenían en la vida real, calidez, comprensión y comunicación”. Según su opinión habían muerto felices. Desprecia a sus víctimas, las considera “residuos biológicos”. Manifiesta que su objetivo es “limpiar la sociedad”.

Este ideario nos recuerda a los principios del nacionalsocialismo.

parece ser que las redes sociales cumplen para los adolescentes esa función de intercambio

El fenómeno se ha extendido por numerosos países. En el nuestro, se detectaron algunos casos en Cataluña, algún otro en el País Vasco y Palma de Mallorca, aunque ninguno de ellos llegó a término.

Uno de los casos ocurrió en Colombia. La amiga de la niña fallecida comenta en una entrevista, “la ballena azul se siente sola, como nos ocurre a nosotras. Por eso de puro dolor porque nadie la apoyó se va a un lugar lejano para salirse del mar y morir en una playa”.

Como decía antes, los elegidos para el juego son adolescentes entre 12 y 17 años que se ajusten al patrón buscado por los patrocinadores. Son aquellos adolescentes vulnerables, los que sienten que no valen para nada, que no encuentran ningún tipo de reconocimiento, con gran sentimiento de desánimo, los más propicios para engancharse a este tipo de juegos macabros. Afortunadamente son pocos.

Hoy la adolescencia comienza antes y se alarga en el tiempo. Es una etapa compleja, es el paso de la niñez al mundo adulto. Los jóvenes buscan una identidad social y una identidad sexual, señas de identidad propias que los diferencie del mundo adulto.

Hay que tener paciencia, hay que saber escucharlos

Necesitan separarse de sus progenitores, despegarse de la familia y a la vez responder y hacerse con un nuevo cuerpo que los perturba. Es la época del despertar sexual.

Abandonan los juguetes para adentrarse en el mundo de los adultos. El mundo del consumo, los deportes de riesgo, las marcas corporales, el beber, el fumar, etc.

Pese a decir constantemente que pasan de nosotros, que no les interesa nada de lo que les podamos transmitir, eso no es cierto.

Educar es una tarea que ve sus frutos a largo plazo. Hay que tener paciencia, hay que saber escucharlos. Escucharlos no desde el lugar de la autoridad, diciéndoles que todo lo sabemos porque somos mayores y tenemos experiencia. Esa actitud no nos va a llevar a ningún buen puerto. Hay que tratar de ponernos en su lugar, recordar que nosotros también pasamos por esa etapa y tratar de transmitirles algo de nuestra experiencia pasada, nuestras dificultades, nuestros miedos, nuestras inquietudes. Tal vez de esa forma, podamos lograr que nos reconozcan algún tipo de autoridad y dejemos de monologar.

En esta sociedad donde el predominio de la imagen es casi absoluta, donde los padres y los maestros han dejado de ser el referente que eran antaño, parece ser que las redes sociales cumplen para los adolescentes esa función de intercambio.

Podemos ayudar a nuestros adolescentes a proteger su privacidad, recomendándoles el uso de un nombre e imagen ficticio y una buena contraseña cuando naveguen por Internet.

Es incuestionable que las redes sociales constituyen una herramienta activa en nuestra vida. El problema no radica en su empleo, que cada vez es mayor, sino en el uso.

 

Mirta García Iglesias

(Psicóloga clínica, psicoanalista)

 

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