Anoche no dormí bien. Mi vecino y estudiante universitario decidió hacer una fiesta de fin de curso en el jardín, al aire libre y con un murete de un metro de separación entre su casa y la mía. Y entre el ruido y el calor de los primeros días de julio, fue imposible cerrar un ojo.
Me metí en la cama tarde, sería la una de la madrugada, con la esperanza de que ya a esas horas el bullicio hubiera cesado considerablemente. Me equivoqué: estaban en plena ebullición de risas, juegos, bebidas y músicas. Intenté no escuchar, interiorizar el ruido ambiental y con el runrún quedarme dormida, pero no fue posible, porque de vez en cuando y puntualmente, una voz se hacía más aguda, una risa más cantarina y una música más elevada, y perturbaban el ruido constante al que pretendía acostumbrarme para poder dormir.
Estaba inquieta porque no tenía mucho tiempo para descansar e ir a trabajar y no conseguía ni siquiera relajarme. Salté de la cama como un resorte y me dirigí muy enfadada a la ventana con la intención de chistar o llamarles la atención con mi voz. Desistí de la idea, ya que era más probable que me quedara afónica a que me escucharan. Así que cerré la ventana de malas formas y volví a la cama a dar vueltas. Los ojos como platos, los nervios me hacían botar en la cama y el sudor me empapaba hasta el punto de la deshidratación. Me preguntaba si sólo yo escuchaba aquella algarabía. Cogí unos tapones rosas y me los puse en los oídos, a ver si podían amortiguar un poco la intensidad del sonido. Abrí la ventana.
«se evaporaron mis ganas de sermonear a esa juventud que buscaba hacerse un hueco en este mundo social y laboral»
Volví a la cama desesperanzada y sorda, pero no conseguía dejar de escuchar la fiesta. Una vez más me levanté decidida a llamar a la policía y con el teléfono en una mano y el tapón rosa en la otra me asomé a la ventana de nuevo.
Me quedé mirando el escenario y al cabo de un momento dejé el teléfono encima de la mesilla. El frescor de la madrugada empezaba a notarse y se evaporaron mis ganas de sermonear a esa juventud que derrochaba alegría y ganas de vivir y que buscaba hacerse un hueco en este mundo social y laboral. Vi en ellos el futuro y mi pasado. Algunas parejas bailaban abstraídas al son de una conocida melodía y otros chicos y chicas bebían y charlaban tumbados en hamacas mirando la luna. Fue una evocadora retrospectiva de mi juventud y me dieron unas irrefrenables ganas de compartir la reunión con ellos. ¡Qué frágil es la memoria cuando se trata de ser simplemente YO, sin empatizar con las circunstancias ajenas!
No sé cuánto tiempo estuve mirándoles y riéndome de los chistes que llegaba a escuchar, de sus bromas. Me dio paz su risa, me dio paz su juventud, me dio paz su alegría. Me contagié de su energía. Y aunque ya no podía recuperar el tiempo que había perdido enojándome con ellos, todavía tenía una hora para tranquilizarme antes de ir a trabajar.
Una vez más me tumbé en la cama, comprobé que la alarma del despertador estaba puesta a la hora correcta y dejé volar mi pensamiento a otras épocas. Fui muy feliz y agradecí sin palabras la oportunidad de recordar, a través de la fiesta de mi vecino, que aún me queda juventud.
A veces, tendemos a demonizar la juventud como norma general y Pincelada Cyan quiere recordar que también un día fuimos jóvenes, participando de este modo en el Día Mundial de la Juventud.
Yolanda R. Herranz @MyolRh
Hay veces q merece la pena la reflexión y volver la vista atrás! Buen artículo, se nota q ha salido del corazón y no de la cabeza….
Gracias, Pilar! Es importante recordar lo que fuimos y tener confianza en el futuro de nuestros jóvenes!
Es verdad, no nos acordamos muchas veces de que la juventud es asi, no hay dia ni noche, cuando hay fiesta y que tenemos que ponernos en su lugar que nosotros fuimos como ellos
Es verdad, todos hemos sido jóvenes, y divirtiéndonos, hemos metido bulla alguna que otra vez. Pero la realidad es que, ante estas situaciones, lamentablemente, cada vez más frecuentes, de poco le sirve a uno, pues, ser un poco condescendiente, aguantar un poco la hora y esa algarabía, para que tengan más tiempo de chistes y bromas; porque al final por mucha paciencia que tengas y educación al pedirles SILENCIO POR FAVOR, te vas a trabajar conduciendo en carretera SIN DORMIR.