
Poema con el que me uno al Día Mundial del Alzheimer que se conmemora el 21 de septiembre.
Y no quisiera despedirme
sin antes contar mi historia,
al menos la historia que recuerdo,
o la que me invento, que de todo hay.
Cuando me despierto en la mitad de una vida que no es mía,
la acojo, la mezo, la mimo.
Siempre habrá alguien que se encargará de decirme
que esa vida no me pertenece.
A mí me da igual,
me gusta integrarme en otras existencias
ya que la mía es confusa
y en muchas ocasiones no acierto con la tecla precisa
que suene con armonía,
para seguir bailando sin torcerme los pies y caer.
Siempre habrá alguien que se encargue de levantarme del suelo
y acicalar mis ropas.
No encuentro las palabras exactas
que definan mis cuatro humores.
Se acumulan los monemas en mi lengua
y, entre mis dientes, se conforman nuevas palabras
sin significado para los demás, aunque, con ellas,
intento proyectar mi visión.
Siempre habrá alguien que me explique
que mi realidad se ha hecho diferente.
El sol me deslumbra y las nubes me molestan.
Sigo pintando el techo del cielo del color que
enciende pasiones que desconozco.
Experimentos del alma.
Mezclo los colores en el techo.
El sol les da brillo. Las nubes, sombras.
Siempre habrá alguien que dibujará la esperanza por mí,
me cogerá la mano que sostiene el pincel y pintará verde.
Pasos cortos, titubeantes, me alejan.
No conozco el riesgo de avanzar sin saber
que los pasos me llevan lejos, pero a ningún sitio.
Tengo la necesidad de no pararme. Si avanzo, vivo;
aunque no conozca el sentido que tiene seguir avanzando.
Y, de repente, el camino se torna una espiral sin retorno.
Siempre habrá alguien que me tienda su mano
cuando el camino se haya precipitado en el vacío y no encuentre el suelo.
Vuelvo a la seguridad de mi realidad diferente,
a pisar el suelo con tu apoyo y vuelvo a mirar la vida.
Sin miedo.
Dibujo, con mi dedo, ilusiones en el aire
mientras siento tu respiración a mi lado,
nada podrá cambiar que compartimos el mismo aliento.
Siempre recordaré tu primer llanto al nacer
cuando apareciste en mi camino.
Aún no es tarde para recordarte ni para pensarte en el pasado
(mi presente es aleatorio y dudo).
Me abrigas con tu abrazo y me sostienes.
No me dejes caer, te necesito.
Mientras pueda reconocerte, sólo de vez en cuando,
no me dejes.
Siempre habrá alguien que te diga que desistas
y yo te diré que te cuides para poder cuidarme.
¿Egoísmo?
Ya no sé qué significado tiene esa palabra,
sólo sé que no podría interpretar mi existencia si no estuvieras.
Tu generosidad está a mi lado
y sé que miras en otra dirección cuando el llanto asoma en tus ojos,
mientras tu sonrisa se dibuja para mí.
Siempre te acordarás de que tuve otra vida que compartí contigo,
que te enseñé a amar y a caminar.
Nuestras manos se unen, se acarician;
tu tacto es suave.
Tengo el vago recuerdo de haberte notado en mi regazo,
de oler tu perfume y de acariciar tus pequeñas manos,
con el mismo tacto. Suave.
Nada podrá interponerse en nuestra realidad, aunque la mía sea diferente.
Siempre habrá quien diga que el amor se disipa con el tiempo;
no saben que el nuestro existe en nuestras vísceras.
Llueven pétalos de rosas rojas,
que mojan la calle de púrpura y huele a polvos de talco.
Debajo de un gran champiñón que me cubre,
noto cómo la humedad va envolviendo mi cuerpo
y congela mi juicio.
Rojo de vida, de lazo.
Siempre navegaré entre las nuevas situaciones
como si se trataran de circunstancias conocidas.
Aún no quiero que nadie conozca mi dolencia,
porque ni yo sé lo que sucede en mi persona.
Por eso aparento que domino,
sabiendo que mis pies se tambalean,
cuando preparo el recorrido
hacia una realidad concreta.
Siempre habrá alguien entre la multitud
que sepa de qué estoy hablando.
Déjame caminar y no me sueltes,
déjame opinar y no me juzgues.
Dentro tengo la vida que necesito, pero tú no lo sabes.
Se me complica la existencia cuando expreso
lo que puedo decir con palabras que conozco.
Sin coherencia.
Siempre hablaré de lo que me sucede por dentro
y pediré disculpas por lo que hago. No es aposta.
Tengo la sensación de estar, cada vez,
más lejos de lo que fui y de ti.
Que abandono por instantes la realidad que conozco
para adentrarme en mi otra realidad
que se hace más auténtica por momentos.
Los destellos de mi vida anterior salpican mi nueva vida.
Siempre habrá algo que me una al entorno
para no desprenderme del todo de lo que viví.
Los días transcurren en felicidad doblada,
entre mi despreocupación y tu desvelo.
Me desvistes de tanto que llevo puesto,
uso demasiado abrigo para el calor.
Yo siento que es invierno y tengo frío.
Tropecé con un sendero helado y necesito arroparme.
Siempre tendrás que quitarme la ropa que me sobra,
calmar mi sed y cobijarme. Y el frío pasará.
Ten paciencia conmigo, voy despacio
intentando que no se desmiembre más mi juicio.
Con la velocidad y el nervio,
noto que consumo energía innecesaria;
no quiero derrochar la que me queda.
La necesito para encontrar tus ojos en la oscuridad.
Siempre entraré en estado de pánico si al cerrar mis sentidos
no te siento mirándome.
Hay otros que me miran, tú lo sabes,
con esa mirada fría que acobarda.
Y me llaman (mi madre sobre todo es la que me nombra),
“ven que te acaricie”, me invita;
pero yo no quiero sus manos que están descoloridas.
Y me abrigo.
Siempre me acordaré de sus manos, siempre las querré;
pero las manos de antes, madre.
Difícil es distinguir lo auténtico de la ficción
cuando se tiene la certeza de la verdad
que dictan los fantasmas que me invaden.
Y les creo.
Me rodean, me susurran: haz, di, no te calles.
Y en mi sueño onírico, obedezco.
Siempre habrá alguien que me preste atención y que me entienda
para evitar que se indignen mis espectros.
Si te insulto, córtame la lengua;
si te pego, córtame las manos.
Son los monstruos que pasan y me rozan,
tú no los ves.
Hacen que dé la vuelta a las cosas
y que me enfrente a ti, que me proteges.
Siempre querré que pasen rápido o que no vengan,
pero alguno se quedará más tiempo y me obligará.
Demasiados años guardando mi vida en cajas
para tener pedazos de mi existencia.
Descubro torres de cartón, marrones, blandas, pesadas,
llenas… Y vacías.
Mosaicos de emociones que no me dicen nada;
ignoro el latir de su interior, ni quién lo hizo.
Siempre habrá alguien que señale un trozo de cartulina amarillenta
y me diga: eres tú.
Eres tú. No me reconozco
entre los pilares de cartón acumulados.
Me escondo entre sus pasillos y sus plantas.
Inmensos rascacielos inestables,
que sacuden mis parámetros seguros
al son de un canto de sirenas.
Siempre habrá quien me susurre al oído el estribillo de mi vida
y vuelva a reencontrarme en las altas torres.
Piélagos de dudas que invaden mi sustancia
al tiempo que provocan en ti desasosiego
y te preguntas cuánto tiempo más podrás soportarlo.
No te culpo por los pensamientos que nacen descompuestos.
No te gusta lo que ves,
ni el sentimiento que te produce.
Siempre habrá quien te sostenga a ti
para no caernos en bloque.
No te hundas.
Asimila a vivir así conmigo;
cuesta no huir del daño y ver el menoscabo día a día;
nos dijeron que no sería fácil.
Lo que no nos contaron fue la fragilidad de las emociones
De las tuyas. De las mías.
Siempre te agradeceré la vida que estás derrochando
por permanecer a mi lado.
Procuro no cambiar los ritmos que me enseñas
para no alterar el paso de los días,
que haya calma en nuestros encuentros
y que quieras seguir viéndote conmigo.
Deseo seguir la cadencia de tus pasos,
y revivir el camino que nos une.
Siempre tendré cuidado para evitar
que las dos realidades se encuentren y se enojen.
Me sobrepongo al desorden de mi cabeza
y acepto lo que ocurre, a veces.
Otras, me revelo ante la impotencia
de perder el recuerdo
y te culpo.
Me fatiga mi lucha interior. Y tu esfuerzo.
Siempre habrá quien nos reciba con lágrimas
porque no sabrán cómo aliviarnos.
Porque ya lo saben.
Después de evitarlo tanto tiempo,
era inevitable.
Lo peor son sus miradas
que invaden por momentos mi secreto
e irrumpen sin recelos en mi vida.
Siempre agradeceré sus gestos que intentan ser amables
(y homicidas).
Porque sin querer quieren que acabe pronto esto conmigo,
que todo se desplome en un segundo,
que libere a quien me cuida.
Saben que, en soledad,
hemos pasado la mitad del proceso
y nos queda lo peor.
Siempre gozaré de un sitio en sus corazones
y de unas flores en el mármol.
Algo está pasando con mi vida
que no deja que vaya donde quiera,
que me impone lealtades que no cumplo
y que almacena amargura en mi boca.
Quiero dormir cogiéndote de la mano,
y despertar, suavemente, al arrullo de tu canto.
Siempre anochecerá antes de que nos demos cuenta
de que el sol se esconderá por el horizonte.
Te preguntarás cien veces el porqué,
igual que yo me lo pregunto.
No hay una respuesta aceptable
que pueda apaciguar la forma de vivir nuestra experiencia.
Sólo adaptarnos.
Mil personas, mil actos, mil recursos, mil ajustes.
Siempre tendrás el bálsamo de las palabras de alguien
que se preguntó lo mismo.
Deja que te ayuden,
no te opongas a mantener la calma;
pronto pasarán estos momentos, esta eternidad,
y podrás retomar las rosas del jardín donde las dejaste.
Aspira su aroma,
te reconfortará saber que la belleza sigue existiendo.
Siempre tendrás un ramo de esperanza
esperándote en el retiro de tu casa.
Mi historia es igual a otras historias
que transcurrieron en el devenir de los días
y perturbaron la realidad de otras personas.
No es algo nuevo. Sólo para mí lo es.
Y para ti.
Algo nuevo a lo que tendremos que acostumbrarnos.
Siempre estaré en deuda
con quien se aferra, consciente, a la espera.
Alrededor del centro de la tierra,
donde el magma bulle amenazando la existencia,
busco respuestas que no tengo,
busco consuelo para darte,
indago entre el fuego que me quema la razón,
y me pierdo en pensamientos vaporosos.
Siempre habrá erupciones que extinguirán la vida;
en cambio, brotará más adelante.
Alrededor del centro de la tierra
los espectros me abandonan a mi suerte,
ya no necesitan convencerme para traspasar la línea
que separa la imaginación de lo real.
Yo no quiero quedarme donde estoy,
sin embargo, claudico.
Siempre habrá alguien que piense que vivía
en otra realidad desde hacía tiempo.
No te vistas de naufragio, ni de furia;
todavía tienes que vivir en tu refugio
para poder apagar el fuego que te urge.
No anidar en el odio que produce la impotencia.
Todo lo que pudiste hacer, lo hiciste.
Sin duda.
Siempre tendrás emociones encontradas,
como mis realidades.
Dudas que se amontonan en el ánimo.
Preguntas que perturban el entendimiento.
Culpas que no existen.
Todo parece acudir en estos momentos erráticos,
cuando abrir los ojos y saborear la vida
se hace difícil.
Siempre habrá alguien que te sirva de apoyo
y te diga que todo pasará.
Alrededor del centro de la tierra
se cierne el miedo en mis entrañas.
Yo no conozco,
ya no escucho.
Ya no como. ¿Vivir? Sólo respirar.
Y me voy convirtiendo, poco a poco, en un espectro.
Siempre habrá alguien que piense que vivía
en otra realidad desde hacía tiempo.
Si dejo de luchar, me desmorono.
Ya no sé qué sentido tiene permanecer,
si las fuerzas me abandonan por momentos.
Vivir me cuesta más que entregar el alma
y recordar es una batalla perdida.
Perdóname por lo que va a suceder. Tampoco es aposta.
Siempre habrá alguien que cerrará mis ojos y me pondrá un óbolo en los párpados,
para llegar a un sitio mejor, junto a Caronte.
No creas,
para mí también es difícil dejar de oírte,
permanecer lejos de tu lado,
sin tener tu tacto, ni tu perfume.
Sin verte.
Sin saborear el dulzor de tus palabras.
Siempre tendré la satisfacción de haber podido conocerte,
aunque después no te recordara.
La tierra, el fuego. El magma,
se apoderan de lo que queda de mi savia.
Alrededor del centro de la tierra…,
vuelvo al origen de la vida
tomo la mano descolorida de quien me nombra,
y mi mano se vuelve fría.
Siempre anochecerá antes de que nos demos cuenta
pero la luz volverá a recorrer su camino cada día.
Yolanda R. Herranz @MyolRh